miércoles, 14 de julio de 2010

"Jesucristo, Señor de la Historia..."

Este título dado a Jesús en la Oración por la Patria, brota de la espiritualidad bíblica que concibe y manifiesta a Dios, como una Entidad Perfecta, pero sobre todo como una realidad Personal en relación con...

El Dios de Israel es Alguien que entra en contacto y lo hace no sólo con las personas individuales, sino también con el Pueblo, dentro de su historia. Así, ésta es un lugar de manifestación divina.

La imagen bíblica del Creador que se entretiene amasando el barro para formar a Adán tiene que ver con los procesos históricos que van delineando los rasgos humanos del hombre. Dios mete sus manos en el barro del hombre para construirlo a imagen y semejanza suya. Si queremos ir más a fondo podemos afirmar que el Señor se ensucia en la historia fangosa, para triunfar en ella sacando de su fondo, informe y oscuro, su obra maestra.

Esa obra maestra es Jesucristo. En la Biblia, Él es la Imagen Perfecta del Padre, el Nuevo Adán incorruptible, hacia quien deben tender todas las cosas. De allí que Jesús es el Señor de la Historia por una triple razón: la primera, por ser Divino y co-Creador con el Padre y el Espíritu Santo; la segunda, por ser quien redime la historia humana, mediante su Cruz y Resurrección; la tercera, por ser el punto final a donde ella se dirige.

En el tiempo presente estamos siendo amasados para arribar al punto final y, en ese proceso, encontramos idas y vueltas, rebeldía y obediencia al Plan de Dios. Puede llegar a haber compromisos con maldades personales y sociales. Puede que hasta se lleguen a imponer esquemas que contradicen frontalmente a la Salvación que Jesucristo trae a la tierra. Ya Jesús había dicho, tras el beso de Judas Iscariote: “esta es la hora de ustedes y el poder de las tinieblas” (Lc 22, 53). Sin embargo, ello no implica que Jesús haya dejado de ser el Señor. De hecho, cuando, más tarde, Pilato le pregunta si es rey, la respuesta es contundente y clara: “Tú lo dices, yo soy rey”(Jn 18, 37) Tres días después Jesús resucitará, mostrando que no era un delirio lo que decía.
De ese señorío de Jesús, que pasa por la Cruz, somos partícipes nosotros. Por eso, no cabe en la comunidad cristiana ni el desaliento, ni el asombro frente a la hora trágica. Nuestro Reino no es de este mundo, pero comienza en él, y en él se va concretando; es un Reino en el cual Dios nos quiere comprometidos. Nuestros éxitos no son estadísticas, ni gestiones, ni leyes impuestas, sino la glorificación final de todos los que se acogen a la Misericordia. Ese Reino tiene un éxito impostergable e ineludible. Luchemos por entrar en él a partir de la hora presente, transformándola, en la medida de nuestras posibilidades, sabiendo que contamos con Dios

“Pronto regresaré trayendo mi recompensa, para dar a cada uno según sus obras. Yo soy el Alfa y la Omega, el Primero y el Último, el Principio y el Fin ¡Felices los que lavan sus vestiduras para tener derecho a participar del árbol de la vida y a entrar por las puertas de la Ciudad!” (Ap 22, 12-14)